Melody es la Lola Flores de nuestra época. Me lo soltó anoche así de repente mi colega de
piedra, Toan Hernando, que se vino al cubil de zorro vetusto que tengo por la
ciudad. Y entre el tintineo de su Martini y mi Coñac, va y me dice:
<<Mira, nene, Melody es la Lola Flores de nuestra época y no lo digo
más>>, y yo brindé, asentí y tragué. Porque cuando me dicen nene, mejor
es callarme. Del bar de enfrente llegaba la queja continua de los albañiles.
Todas las noches, el Bar de Abajo ya sólo se llena de albañiles que se amoratan
a golpes de orujo. Vienen del litro caliente en el andamio, del chusco
galgo y hediendo a mata hombruna. A Toan Hernando también se le posaba
algo de ese olor a sobaco revenido, como a calcetín húmedo, cuando tocaba aquel
piano enlutado y decimonónico en el Philadelphia antes de convertirse en el Bar de Abajo. Philadelphia se ve que
no cayó bien en este barrio de obreros y ancianos. Suele pasar con nombres
extranjeros. Que luego se piensan que vamos de lupanares. Toan Hernando me lo
dijo una vez: <<Mira, nene, en el quisco le oí decir a un viejete: ‘¡En
el Philadelphia ese pocas putas habrá ahí metidas!’>>. Ahora ya nadie
critica al Bar de Abajo aunque las cucarachas les ronden por el cogote a los
albañiles de ojos irascibles y envenenados.
Toan
Hernando, antes de venirse anoche a mi cubil de zorro, pasó por el Bar de Abajo
a sacar su sempiterno paquete de LM Rojo, y siguió las miradas de los albañiles
con el palillo hasta el televisor donde Melody actuaba en eso de Tu cara me suena. Melody es la Lola Flores
de nuestra época en el deje y en la gracia del hablar, sólo que aquella no
sabía inglés y Melody sí. Aunque pensándolo con más exactitud, quizá Melody no
venga tanto de la Madrasa de la Faraona sino de los solares y descampados y la feria rancia a lo lejos
con cuatro estrellas de luces en el alumbrado público; de Camela en los
altavoces y los domingos en la tarde con los coches de choque sonando de fondo;
de El Fary discotequero y de anisete en bares chungos que, por cierto, fue El Fary quien jipó a la niña Melody allá por el 2001 y se convirtió en su
productor ejecutivo y le buscó toda la jungla de los gorilas, que el baile del gorila, dentro de su primer álbum De pata negra, se convirtió en canción del verano, de aquel
verano en que Melody vino a la verbena de mi pueblo y todos los críos, más o menos de
su edad, fuimos a verla. Yo, que por aquel entonces padecía de ataques de asma,
me tuve que ir entre toses y ahogos de tanto hacer el jodido gorila y también
es posible que aquella noche me diese cuenta ya en la cama de que Melody se estaba convirtiendo en mi primer amor
platónico. Al año siguiente la nominaron al Grammy Latino de mejor álbum de la
Infancia 2002.
Todos esos datos y más me los iba ofreciendo anoche Toan Hernando
en mi viejo cubil de zorro, sobre la mesa de madera implada de alcoholes, entre
brindis y tragos, entre mira, nene, y silencios y ceniza que caía y el
humo envolvente de sus cigarros, <<Cuatro me quedan ya>>,
<<Cómo le das, tú>>, y entonces, aquel humo que me echó a la cara
de repente fue la antesala de la noticia: <<Mira, nene, a mí también me
quedan cuatro, como al paquete>>. Y después de unos silencios incómodos y
palabras nerviosas, <<Lo siento>>, <<Nada, nene, ahora me
siento más vivo que nunca>>, buscamos la canción del gorila y bailamos
durante toda la noche. Fue al dejarle unas sábanas para que se tapara en el
sofá, cuando le noté el tembleque y la misma mirada envenenada de los albañiles
del Bar de Abajo. Entonces me hice la idea de que cuando se fuera a la
mañana siguiente, ya nunca más volvería a verle. Como aquella vez que cerraron
el Philadelphy y jamás volví a oír un piano igual.
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