miércoles, 23 de octubre de 2013

En el quinto mes de infierno



Ahora dice Roberto Brasero, el de la tres, que estamos dentro del Otoño de verdad, el de la niebla salmantina, el del viento peinado donostiarra y el de la lluvia generalizada, que dice Brasero que ha llovido mansamente y sin parar, como escribió Cela, en toda España menos en Castellón. En Murcia ha llovido en Jumilla y a lo mejor en El Aceniche de Bullas, que allí, más metidos en el invierno, caen sus buenos nevazos. Pero lo que es en la capital, nanay. Aquí, como auguró Delibes, estamos todavía en el quinto mes del verano y la gente anda caliente por las calles y las universidades, bocinando el recorte de estación, y algunas murcianas hijas de la posguerra se abanican en los pollos de las puertas con un paipay de la matriarca, del año catapún, agujereado y estruendoso, como una rogativa pagana para que llueva.




Entró un frente el lunes por el noroeste de la Península y se marcha por el suroeste de la Península. Es como si al acercarse a los relieves de Albacete comenzara la borrasca a derretirse, a redimir, meteorológicamente hablando, y se generaliza que el otoño está en su esplendor mientras aparecen los vallisoletanos en la tele paseando sus chaquetas marrones de piel por el Campo Grande. Allí habrá llegado el otoño, no cabe duda. Pero aquí no, que para hoy dice Maldonado que rozaremos los 30º. Aquí andamos, ya digo, en el quinto mes del verano, cuando antes, si la cosa del calor se ponía chunga, solía decirse nueve meses de invierno y tres de infierno. El infierno se ve que va emergiendo y quedándose con nosotros. Se nota en las cárceles. Aunque en La Coruña refresque. Ahora dice Roberto Brasero que viene otro frente para el fin de semana. Puro otoño esto de borrasca tras borrasca, ventisca, neblina y llovizna, mangas de mar y la Virgen. Brasero, meteorólogo admirado, de verdad que sí, tiene razón en sus vaticinios, comunica el tiempo con pasión, y eso es meritorio hoy en día. Aunque debería pasarse por Murcia, a eso de las tres de la siesta, esperando a un interurbano con retraso en una parada sin sombra. Brasero acabaría abrasándose.

martes, 22 de octubre de 2013

La librería no tiene quien le escriba... o a lo mejor sí

 Jorge Carrión: «Las ciudades deberían proteger a sus librerías»

El escritor catalán pasó ayer por Murcia para presentar su libro Librerías, finalista Premio Anagrama de Ensayo 2013, inaugurando el ciclo de conferencias en el Aula de la CAM, que reanuda el Gremio de Editores de la Región de Murcia en colaboración con la Fundación CAM y que lleva por título Gentes del libro. El próximo lunes, 25 de noviembre, vendrá la joven poetisa Luna Miguel.



Jorge Carrión, el escritor catalán, 1976, jovenzuelo e inquieto, autor prolífico en tareas: novelista, cronista de viajes, crítico, profesor de literatura contemporánea en la Universidad Pompeu Fabra y de escritura creativa en tropecientos cursos y másteres, etc., se bajó ayer del tren en la estación del Carmen de Murcia, a la hora de empezar a oscurecer el día, con una carpeta bajo el brazo y el resquicio de un resfriado que protegía Carrión con una chaqueta negra sobre una camiseta informal, con letras en inglés y eso. Y lo más seguro es que Jorge Carrión estuviera atento por si atisbaba alguna librería que le pillase de camino mientras venía para el Café Susano, donde le esperaba yo con una mochila desvencijada, cuatro preguntas escritas a mano, como antiguamente, y con dolor de cabeza por fruncir tanto el ceño a ver si le veía llegar para la entrevista, porque a uno, sobre todo por la noche, le aflora la miopía, y las gafas allá, en su funda, por casa.


Y mientras tanto Jorge Carrión en el camino, a ver si jipaba de lejos alguna librería, que dice que desde que lleva presentando el libro por toda España está conociendo librerías que le están encantando, aunque desde la estación del Carmen hasta el Café Susano, al final de Trapería, no creo que se topase con una Green Apple Books, la de San Francisco, que es una de las que más le gusta de todo el mundo, y aquí pudo toparse más bien con toda esa jungla de parques que hay en Murcia, y es que los parques a él le traen sin cuidado desde que era niño, que prefería meterse en una vieja librería antes que estar dando saltos fútiles en la frondosidad infantil; de modo que, como no vio ninguna librería, su primera parada ya en Murcia, después de las tantas que hizo en el tren que le trajo de Barcelona, fue ante mí, delante del Café Susano, que venía el escritor catalán junto con Javier Castro, del Gremio de Editores de la Región, y los conocí por pura intuición, a ver.


Ya dentro del Café Susano, así en plan entrevista atávica, con el halo bohemio de un café tenue, tintineo de copas, musiquilla de fondo y luz crepuscular afuera, le pedí disculpas a Jorge Carrión por tener que atenderme después de un largo viaje y con prisas antes de la conferencia. <<No te preocupes, es parte del trabajo. Pero, ¿tú quién eres?>>, y yo le respondí titubeando que del semanario comarcal El Noroeste, que tiene mucha inquietud cultural, a ver, era una pregunta para la que jamás he preparado respuesta. Pero vamos a Jorge Carrión, al novelista, autor de Los muertos (2010), al que le seguirán Los huérfanos para el próximo año y Los turistas para el 2015; vamos al crítico de Teleshakespeare (2010); al cronista de viajes, La brújula (2006), al profesor, a todos los Jorges Carriones que existan, porque Javier Castro, en la presentación que le hizo poco después al escritor catalán, expresó que no se puede ser tan joven y ser tantas cosas a la vez, y abrió el planteamiento de que Jorge Carrión son dos hermanos gemelos: Jorge y Jordi. El que vino a Murcia y se sentó frente a mí en el Café Susano era uno de los dos, al menos el que había escrito Librerías


¿Qué crees que va a ocurrir con el libro de toda la vida cuando hoy en día parece estar afianzándose la lectura en soportes digitales?

Yo creo que ese conflicto va a durar mucho tiempo y no tiene ningún sentido tratar de profetizar qué va a ocurrir. La historia del ser humano es una historia de predicciones fallidas y pienso que hay que centrarse en la convivencia. De todos modos, yo diría que la tendencia es a una reafirmación del libro con valor artesanal, valorado por su calidad física y de contenido, y a la desaparición del tipo de libro que tú puedes leer en plataforma digital.


¿Y cómo debe funcionar el librero en esta época de convivencia?

Aparte de amar su oficio y amar los libros, cosa que no pasa siempre, tiene que ser un gestor emocionado, que dinamice la librería, que sepa adivinar por dónde van los intereses y los deseos de los lectores, que los sepa canalizar y, al mismo tiempo, es un gestor cultural porque organiza actos que le dan sentido a la librería como espacio físico más allá de un mero almacén.  La  librería como almacén de libros es algo ya del pasado. Un almacén de libros es lo que tiene, por ejemplo, Amazon, que además almacena bicicletas y monopatines. De manera que un librero tiene que darle sentido emocional, intelectual y físico a la librería.


¿Qué tipo de actos pueden funcionar como incentivo en una pequeña librería?

Librerías que sean también galerías de arte, club cultural, taller literario, de lectura.


¿Qué ciudades españolas abogan por librerías de este tipo?

La recuperación de la librería como espacio para recitales, conferencias, etc., ocurre en toda España. En Madrid ahora es más fuerte la vinculación del bar y la librería o la poesía; en Barcelona está más presente quizá la idea de una librería como ciclo cultural.  Pero nos encontramos con muchas más librerías de toda España con esa efervescencia.


¿Con qué valores embadurna una librería a su ciudad?  

Yo creo que una librería es tan importante en una ciudad como las bibliotecas, los museos o los cafés. Y también creo que cuando una biblioteca o un cine tienen problemas y hay gente que ayuda para que sobrevivan, las librerías también deberían ser protegidas por las ciudades. 

¿Qué ventaja tiene una librería tradicional con respecto a la virtual?  


El contexto. La cultura se hace visible. Tú vas en busca de un libro y te topas con dos o tres que no esperabas. Y esto es superior a la librería digital, adonde uno sólo va en busca del texto. Cuando descubran en internet el algoritmo para conocer qué deseamos por nuestros clips, nuestras búsquedas, etc., podrán hacer una recopilación de nuestros deseos y toparnos con libros que no nos esperábamos; entonces la librería tradicional sí tendría un problema. No obstante, es importante también crear comunidad, comunicación, comunión, que es la  clave humana para la supervivencia de las librerías.




jueves, 17 de octubre de 2013

Las tablas de Iñaki

Iñaki Gabilondo, rejuvenecido y lustroso, con su voz de trueno y sus ojos desmarcados y felinos, como los de Manuel Vicent, vino al Teatro Circo de Murcia el pasado 16 de octubre para presentar el programa Contigo, de la Cadena Ser, que celebra sus ochenta años en Murcia, y se trajeron, para la ocasión, al maestro, que, pese a su desconcertante jovialidad, guarda dentro de su memoria tantos años de Historia de España, tantos nombres y personalidades, tantos momentos tensos, de los que le tocó hablar en directo, como aquella noche del 23 F, cuando Gabilondo estaba recién estrenado en Televisión Española y tuvo que informar, casi a punta de pistola, de toda la tramoya del Golpetazo, mientras los de Tejero se ponían finos en el bar del Congreso y el país sintonizaba en sus transistores una voz más allá de las marchas militares, pero Iñaki, pese a la tragedia que podía suponer el éxito del Golpe, dio la información con una templanza asombrosa, sin titubear, sin espasmos, sin alarmismo, con sus ojizarcos de felino y la melena setentera, embadurnado de transición y de la americana –aunque le faltaba la barba-, muy de la época transgresora que acababa con la sobria indumentaria de los años de dictadura.
Pues ese mismo Iñaki se subió al escenario del Teatro Circo de Murcia, acogido por un caluroso aplauso, y dijo que llevaba tiempo buscando una palabra que definiera la relación entre la radio y la gente, «porque –expresó- nos metéis en vuestros coches, en vuestras cocinas, en vuestros cuartos…, pero no tenemos una relación marido, mujer; padre, hijo; abuelo, nieto; tío, sobrino; ¿qué tipo de relación tenemos entonces?». El público reía la sorna de Iñaki y los dos viejos de a mi lado comentaban: «¡Qué tío, tú!». Se subieron al escenario con Iñaki algunos miembros de la familia Sánchez Parra Servet, de larga tradición y reputación en Murcia, para que comentaran con Gabilondo los aspectos de la vida española que han ido cambiando a lo largo de estos ochenta años, pero, de súbito, un sonido gallináceo desde el palco interrumpió la conversación: «¡Esos han sido unos franquistas asquerosos!», y el hemiciclo, esta vez el del Teatro Circo, no se agachó bajo los escaños sino que mandó callar a la mujer, que, endiablada, no cerraba el pico y ya sólo se le oían balbuceos ininteligibles, hasta que, con aplomo, se levantó Iñaki de la silla del entrevistador y se dirigió a la gallina, con la misma mesura que cuando le tocó informar a todos los españoles la noche del 23 F, y resolvió el pseudogolpe, citando además y sorpresivamente “Todo tiene su tiempo”, del Eclesiastés, y siguió a lo suyo, repasando el panorama político, social y cultural de la ciudad, aludiendo a los cambios que ha experimentado Murcia en estos ochenta años de radio, entrevistando a personajes destacados de la ciudad: Pepa Aniorte, Jerónimo Tristante, el Dr. Pedro Luis Ripoll, Miguel Ángel Cámara, que con este último volvió a vociferar la mujer del palco, que no la habían echado al final,  pero esta vez ya nadie le dio importancia y quizá Iñaki recordaría aquella máxima de Don Quijote cuando Sancho se apabulló del ladrido de los perros: «Ladran, luego cabalgamos», y siguió Gabilondo cabalgando, recordando a grandes figuras como Paco Rabal o Antonio Campillo y  sin dejar de dirigirse al público de enfrente y al público oyente, y en ningún momento notaba uno el decaimiento humano de Gabilondo, el cansancio que a sus 71 años es como más proclive, como más normal, y era casi espasmódico verle ahí, moviéndose de aquí para allá, resolviendo golpes, con su voz de trueno y sus ganchos periodísticos, taconeando sobre las tablas del Teatro Circo, por cuyos muros y balaustradas se iba expandiendo el eco de sus ondas, y la gente se iba como resintiendo por el deleite de escucharle, porque, comentó Iñaki, el verbo sentir expresa con mayor precisión y toco poético el sonido, en vez de ese verbo rápido y facilón que es oír.  Aquel mediodía, cuando salimos del Teatro Circo, todos teníamos cara de haber sentido sus tablas.



Llueve, al fin

Llueve mansamente y sin parar,  llueve sin ganas pero con una infinita paciencia, como toda la vida,  llueve sobre la tierra que es del mis...